domingo, 7 de octubre de 2007

Jorge Eduardo Eielson





Jorge Eduardo Eielson (Lima, 13 de abril de 1924 - Milán, 8 de marzo de 2006). Desde su juventud se manifestó su inclinación hacia lar distintas formas de arte. En 1945 gana el Premio Nacional de Poesía con Reinos. En aquellos años realiza sus primeros lienzos. En 1948 realiza su primera exposición en una galería de la ciudad de Lima. En ese año también realiza un viaje a París gracias a una beca del gobierno francés. Desde entonces vivió la mayor parte del tiempo en Europa y se asentó en Italia.
Por su trabajo en el campo de la pintura recibió el premio nacional de pintura Tecnoquímica en 2004. El conjunto de su obra poética se ha editado tres veces con el título Poesìa escrita, primero en Lima en 1977, luego México, el año 1989 y luego en Colombia, en 1998. Además, en 2005 la Pontificia Universidad Católica del Perú elaboró una edición especial con toda su obra poética, sumada a selecciones de sus trabajos en prosa y reproducciones de su obra plástica.

POESÍA EN FORMA DE PÁJARO


CUERPO ANTERIOR

El arco iris taraviesa a mi padre y mi madre
Mientras duermen. No están desnudos
Ni los cubre pijama ni sábana alguna
Son más bien una nube
En forma de mujer y hombre entrelazados
Quizás el primer hombre y la primera mujer
Sobre la tierra. El arco iris me sorprende
Viendo correr lagartijas entre los intersticios
De sus huesos y mis huesos viendo crecer
Un algodón celeste entre sus cejas
Ya ni se miran ni se abrazan ni se mueven
El arco iris se los lleva nuevamente
Como se lleva mi pensamiento
Mi juventud y mis anteojos

(De Noche oscura del cuerpo)


CUERPO ENAMORADO

Miro mi sexo con ternura
Toco la punta de mi cuerpo enamorado
Y no soy yo que veo sino el otro
El mismo mono milenario
Que se refleja en el remanso y ríe
Amo el espejo en que contemplo
Mi espesa barba y mi tristeza
Mis pantalones grises y la lluvia
Miro mi sexo con ternura
Mi glande puro y mis testículos
Repletos de amargura
Y no soy yo que sufre sino el otro
El mismo mono milenario
Que se refleja en el espejo y llora

(De Noche oscura del cuerpo)


CUERPO DIVIDIDO

Si la mitad de mi cuerpo sonríe
La otra mitad se llena de tristeza
Y misteriosas escamas de pescado
Suceden a mis cabellos. Sonrío y lloro
Sin saber si son mis brazos
O mis piernas las que lloran o sonríen
Sin saber si es mi cabeza
Mi corazón o mi glande
El que decide mi sonrisa
O mi tristeza. Azul como los peces
Me muevo en aguas turbias o brillantes
Sin preguntarme por qué
Simplemente sollozo
Mientras sonrío y sonrío
Mientras sollozo

(De Noche oscura del cuerpo)


PRIMERA MUERTE DE MARIA

A pesar de sus cabellos opacos, de su misteriosa delgadez,
de su tristeza áurea y definitiva como la mía,
yo adoraba a mi esposa,
alta y silenciosa como una columna de humo.

María vivía en un barrio pobre,
cubierto de deslumbrantes y altísimos planetas,
atravesado de silbidos, de extrañas pestilencias
y de perros hambrientos.
Humedecido por las lágrimas de María
todo el barrio se hundía irremediablemente en un rocío tibio.

María besaba los muros de las callejuelas
y toda la ciudad temblaba de un violento amor a Dios.
María era fea, su saliva sagrada.

Las gentes esperaban ansiosas el día en que María,
provista de dos alas blancas,
abandonase la tierra sonriendo a los transeúntes.
Pero los zapatos rotos de María, como dos clavos milenarios,
continuaban fijos en el suelo.
Durante la espera, la muchedumbre escupía la casa,
la melancolía y la pobreza de María.

Hasta que aparecí yo como un caballo sediento y me apoderé de sus senos.
La virgen espantada derramó una botella de leche y un río de perlas sucedió a su tristeza.
María se convirtió en mi esposa.
Algún tiempo más tarde, María caía a tierra envuelta en una llamarada.
Esposo mío -me dijo- un hijo de tu cuerpo devora mi cuerpo.
Te ruego, señor mío, devuélveme mi perfume, mi botella de leche, mi barrio miserable.

Yo le acerqué su botella de leche y le hice beber unos sorbos redentores.
Abrí la ventana y le devolví su perfume adorado, su barrio polvoriento.
Casi enseguida, una criatura de mirada purísima abrió sus ojos ante mí,
mientras María cerraba los suyos
cegados por un planeta de oro: la felicidad.

Yo abracé a mi hijo y caí de rodillas ante el cuerpo santo
de mi esposa: apenas quedaba de él un hato de cabellos negros,
una mano fría sobre la cabeza caliente de mi hijo.
¡María, María -grité- nada de esto es verdad, regresa a
tu barrio oscuro, a tu melancolía, vuelve a tus callejuelas
estrechas, amor mío, a tu misterioso llanto de todos los días!
Pero María no respondía.

La botella de leche yacía solitaria en una esquina,
como en un cono de luz divina.
En la oscuridad circundante, toda la ciudad me reclamaba a mi hijo,
repentinamente henchida de amor a María.
Yo lo confié al abrigo y la protección de algunos bueyes,
cuyo aliento cálido me recordaba el cuerpo tibio y la impenetrable pureza de María.


De: primera muerte de maría (1949)

1 comentario:

Alma Mateos Taborda dijo...

Bellísimos poemas! Un digno homenaje a una grande de las letras de América Latina. Felicitaciones! Un abrazo.