sábado, 14 de agosto de 2010

Oswaldo Reynoso

Nacido en Arequipa en 1931, Oswaldo Reynoso es, sin lugar a dudas, uno de los más destacados novelistas del Perú. Estudió en la Universidad de San Agustín de Arequipa y los concluyó en la Universidad Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta, en Lima, donde se graduó como profesor. Ejerció el magisterio durante varias décadas al mismo tiempo que desarrollaba una intensa labor literaria. Aunque el hecho es poco conocido, Reynoso se inició como poeta con el libro Luzbel (1955). Sin embargo, Reynoso conoció el éxito gracias a la prosa de ficción. Su libro de cuentos Los inocentes (1961) tuvo y tiene un éxito fulgurante, pues incorpora, por primera vez en el siglo XX, el lenguaje de los jóvenes de las grandes urbes.  Reynoso consigue penetrar en el modo de pensar de los adolescentes, mira los hechos desde ese plano y por eso tiene un público que se renueva constantemente.

En su novela En octubre no hay milagros de 1965, Reynoso describe las penurias de la clase media limeña en un proceso de decadencia en medio de las convicciones que pese a estar profundamente arraigadas en el alma colectiva se van desdibujando lentamente. En 1970, escribe "El escarabajo y el hombre". Posteriormente, durante doce años, el novelista vive en China. Durante esos años escribe En busca de Aladino (1993), relato breve de tema arabesco y Los eunucos inmortales (1995) novela que recupera sus vivencias en extremo oriente.

El escarabajo y el hombre
(fragmento)

Caminan al borde la pista. Medio día.

El Uno: Este sol me golpea.

El Otro: A mí me aplasta y me agrada.

—Ya llegaremos.

—Me ahoga.

—Nos esperan.

—Descansemos.

—No hay tiempo.

—¿Para qué?

—Tenemos que llegar antes de la noche.

—Me da igual.

—Si nos detenemos será para siempre.

—Mejor.

—Hay que caminar.

—Al final: llegar o quedarnos aquí es lo mismo.

—Tal vez, pero habremos avanzado.

—Si es dar vueltas y vueltas para quedar en el punto de partida.

—Habrá acción.

—Tengo hambre.

—Seremos útiles.

—Los ojos se me cierran de sueño.

—Eso no importa si se llega.

—Llegar, acción, ser útil: palabras y palabras.

—Sí, palabras que pueden cambiarlo todo.

—Que tus palabras me alimenten, me quiten el sueño y cambien mi vida.

—Es posible.

—No con palabras.

—Hay que creer.

—Ya es tarde.

—Todavía.

—Este calor y el asfalto y los autos que van y vienen me desesperan, pero me hacen vivir, siento que mi sangre como millones de hormi­gas camina por mis venas.

—Cuidado, no lo vas a pisar.

—¿A quién?

—Ahí.

—No veo nada.

—Un escarabajo.

—¿Eso negro que se arrastra?

—Sí, es un escarabajo.

—¿Y esa bolita que empuja?

—Porquería.

—¿Y para qué la empuja?

—Su comida o tal vez ha puesto un huevo en el centro.

—¿A dónde la lleva?

—Si es su comida, más allá debe haber escara­bajos esperándolo.

—Gran banquete.

—Si ha puesto un huevo, la empuja hasta que nazca otro escarabajo.

—¿De la mierda nacen?

—Claro, sin embargo vienen al mundo limpios.

—Mira cómo la sube por la cuesta.

—No la dejará caer.

(El escarabajo empuja la bolita de excremento con sus largas patas posteriores mientras las anteriores se afirman contra el suelo.)